Sólo habían teléfonos en los locutorios oficiales de Telefónica. Solicitabas una conferencia para hablar con tu interlocutor y tenías que esperar a que le llegara el aviso mediante un papelito que le entregaba en el domicilio un empleado y así se concertaba la cita para establecer la comunicación.
La cola de personas esperando a tener su conferencia solicitada era interminable.
Luego se fueron colocando algunos teléfonos en los domicilios particulares y los vecinos daban tu número, sin permiso, a sus familiares y algún día sonaba el teléfono de baquelita y escuchabas: ¿podría llamar a fulanito para poder hablar con él? Y salías de casa a buscar al vecino en cuestión, entraba en la casa y se llevaba todo el tiempo del mundo y un poco más. Al fin y al cabo se cumplía una función social.
O cuando el vecino iba a pedirte el favor de que lo llevaras al pueblo porque tenía que asistir a algo urgente.
No había frigorífico, pero sí nevera. Por las mañanas circulaba un carro cargado de nieve que se compraba para enfriar la nevera, con forma parecida a los frigoríficos.
No había lavadoras, ni televisores.
7 años tenía yo cuando mi padre me fue a buscar al colegio para decirme que había comprado un televisor. Una sorpresa imposible, tener en tu propia casa un televisor. Ya no tenía que ir con mi sillita a la casa del vecino, que le pedía a mi padre el coche y usaba nuestro teléfono. Jejeje.
Los helados lo hacíamos nosotros a puro movimiento de manubrio, sal e hielo. Pura artesanía y sin conservantes.
No se iba ni al médico pero recuerdo que mi madre me daba una ampolla de un inyectable y me iba al practicante, esperaba en una larga cola, y me clavaban la aguja y hasta la próxima ocasión. Era usual que los médicos nos mandaran calcio, pan duro le llamaban a la inyección. Estábamos en una postguerra. Delante de mi casa estaban los restos de un refugio antiaéreo que nos servía para los juegos y la resbalaerita, una especie de cuña muy alta en la que, pasado los años averigüé qué era. Donde colocaban las baterías, cañones, antiaéreos porque utilizaban a la población como escudos humanos.
Hoy las tecnologías y el poder adquisitivo lo ha cambiado todo, pero todo está mal repartido. Tan mal que mientras el hambre y cubrir las necesidades vitales de vivienda, ropa, educación, sanidad, seguridad ciudadana, etc, no estén satisfechas no podremos sentirnos a gusto. Con un mínimo de conciencia nos sería fácil padecer el sufrimiento ajeno.
Así es nuestro mundo. Y estamos amenazados con que si no somos buenos nos iremos al infierno.
Señores, señoras, el infierno es el planeta Tierra. Está claro. No puede haber nada peor que lo que muchas personas inocentes tienen que padecer.
Y la tecnología todavía no ha resuelto ni mejorado este infierno.