Hace muchos años, por allá cerca de 1985, llegué a solicitar firmas de apoyo en mi lugar de trabajo para que se prohibiera fumar. Muchas de la firmas deseosas de no fumar eran de fumadores activos, los pasivos ´m´´as o menos igual en cantidad.
Yo era un poco promotor de los derechos de los no fumadores y una mañana temprano, algo más de las 8 a.m. de un duro invierno, abrí un ventanal para poder respirar aire puro, y fresquito.
Dos señoritas fumadoras había llegado y se despojaron de sus abrigos, de sus chaquetas, y, ambas, quedaron, muy monas, por cierto, con sendos vestiditos que mostraban un amplio escote y gran parte de las piernas.
Encendieron sus cigarrillos, como todos los días, y se percataron de que hacía más frío de lo normal. Otearon por toda la sala hasta comprobar que mi ventanal estaba totalmente abierto.
Enfurecidas me exigieron cerrar. Por supuesto que se quedó cerrado.
Sólo les propuse que si dejaban de fumar cerraría. No dejaron de fumar.
Hoy la ley nos protege a los que no deseamos perjudicar la salud, antes teníamos que aguantar la poca vergüenza de los fumadores que no respetaban.
En otra ocasión entré en el ascensor y una señorita siguió fumando en el interior. De forma educada le solicité compostura. Se quedó tan sorprendida que se quedó con el humo en los pulmones y dejó de respirar. Le pedí, por favor, que respirara igual que debía respetar, al menos, los ascensores.
No me ha sorprendido la falta de respeto que he observado durante décadas.
Lo más gracioso. Una compañera de trabajo fumaba donde tenía prohibido y se lo indiqué por lo que estaba perjudicando a mi salud. Ésta no se calló y respondió que si yo comía ella fumaba. Lo sorprendente fue que yo no estaba comiendo. Le dije: si yo comiera y te eructara en la cara sería lo mismo que lo que tú estás haciendo con el puto tabaco.
Habría que demandar a las autoridades por haber despreciado la salud de los no fumadores.
Que les den!